sábado, 6 de agosto de 2011

Un cuento cortito

El perro


Había decidido, a instancias de su esposa, regalarle un perrito a su única y mimada hija de cuatro años.


Compró un cachorro de raza Setter porque le dijeron que eran buenos con los chicos. La hija quedó


uencantada, lo mimaba y jugaba con él todos los días. El cachorro fue creciendo y tenía ya n año cuando un


sábado soleado, mientras los padres tomaban mate en el comedor, la nena salió a jugar al jardín. El perro


comía su ración diaria y cuando la vio acercarse empezó a gruñir. Ella le acarició inocentemente la cabeza y el


animal le tiró un tarascón.



La criatura entró a la casa llorando con la cara ensangrentada. La madre dio un alarido. El padre actuó 


rápido, se levantó como un resorte y la llevó al cuarto de baño. Estaban asustados y la nena lloraba con


desconsuelo. Limpió las heridas con agua y jabón y pudo ver las marcas en la nariz y en el labio superior. La


sangre no paraba de salir. Pudo ver los orificios que provocaron los dientes en la carne, afortunadamente no


había desgarros. Mientras le hablaba dulcemente para calmarla recordó que el perro estaba vacunado contra


la rabia. Desinfectó con agua oxigenada y aplicó presión con una gasa hasta cortar la hemorragia, entonces


salieron para el hospital.
En el hospital analizaron la herida y volvieron a desinfectar con yodo. No hubo necesidad de vendajes. El


doctor de guardia dijo que con suerte no le quedarían marcas pero que para saber habría que esperar a que


cicatrice. Al padre le pareció una obviedad y se fue un poco malhumorado.
 
Como la nena estaba de buen ánimo la llevaron a pasear por la ribera del Río de la Plata. Le compraron 


muchas chucherías, comieron pochoclo y se divirtieron remontando un barrilete. Pasaron el resto del día


consolandola y consintiendola. Al atardecer volvieron a su casa, cenaron temprano y acostaron a la nena, que


se durmió enseguida. Ellos se quedaron tomando un café en el comedor, reflexionando para sus adentros 


sobre lo sucedido.


- Perro de mierda. Lo voy a sacrificar.

- ¡Por favor!, ¡no!, por favor ... - le contestó su esposa.


Discutieron un poco y finalmente él cedió, pero impuso una condición.


Al día siguiente se despertó temprano y salió de compras. Volvió con una cadena, dos fuertes candados y 


una barra de metal con un extremo perforado. A martillazos ancló la barra en el jardín, y la unió a la cadena 


con uno de los candados, con el otro unió el otro extremo de la cadena al collar del perro.
 
El animal vivió encadenado hasta los once años. Cuando murió lo enterró en el jardín, con cadena y todo.

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